Una de las tantas pasajeras del mundo. Esta es mi mirada a las cosas que pasan conmigo, en Lima, y -si me entero- en el resto del planeta también.

6/07/2009

Días de Santiago (después del Cenepa, después de Bagua)



Viernes 5 de junio, 8am. Estoy en el taxi rumbo a mi trabajo. No estoy sola, Alfre está conmigo y me va contando sobre cómo encontró Huancayo en su último viaje, el trabajo que tiene pendiente y hacemos planes para el fin de semana. En algún momento, no recuerdo cuándo, el taxista ya era parte de nuestra charla. Él, de aproximadamente 30 años y de semblante ingenuo, nos contaba que venía de Chanchamayo, de una de las tantas familias cafetaleras de la zona, de lo bien que se vende el café a Italia y de uno que otro cultivo de hojas de coca que de contrabando también cultivan las familias por allá. “Tan bien va el café que ahora ya no entran a robar las hoja de coca sino el café. Un paquetito de granos de café vale un montón, por eso los chilenos quieren comprar toda la zona”, nos explicaba.

En ese momento, RPP da las últimas noticias de la revuelta ocurrida en Bagua la noche anterior: “11 policías muertos a manos de un grupo de nativos en lo que al parecer fue un enfrentamiento pues otros tantos nativos resultaron heridos”. Hubo silencio.
- “Ahora pues, dónde están los derechos humanos de estos policías”, irrumpió Alfre.
- “Los policías no tienen derechos humanos porque son autoridad”, expliqué yo.
- “Ya, pero qué haces si te vienen 10 encima y te van a matar”, replicó.
- “La defensa propia no existe para nosotros, igual te meten a la cárcel”, contestó el taxista.

Lo que no sabíamos era que nuestro conductor había servido al Ejército Peruano, primero en una base en Chachapoyas y luego durante la guerra en el Cenepa.
- “Estuve un año completo en la cárcel”, añadió. Hubo otro silencio, esta vez más largo.
- “Maté a mi cuñado”, acotó el taxista. Alfre y yo pasamos saliva.
- “Él estaba acuchillando a mi hermana, casi la mata. Yo la defendí y me cortó el brazo, le metí un balazo en la cabeza y murió. Era él o yo”.
- ¿Pero no fue defensa propia acaso?, le dije.
- “El juez dijo que como era miembro del ejército, mi caso no era el de la defensa propia y me mandó a la cárcel un año completo”, lo dice con resignación. “Después de eso pedí mi retiro del ejército y vine a Lima. Ahora taxeo, pero ya saqué mi brevete A3 para transportar carga pesada”, nos cuenta.

Justo ahí llegamos a nuestro destino, pagamos la carrera y nos despedimos cordialmente. Aunque hubiéramos querido seguir con la charla, fue un respiro habernos salido del taxi. La realidad pega.

Diez horas después y ya en casa recibo una llamada. Era Alfre y me cuenta lo que acababa de ver en las noticias. El Ejército acababa de rescatar a los policías que seguían secuestrados en Bagua, hicieron retroceder a los nativos e impusieron el toque de queda. Un policía rescatado cuenta lo que pasó el jueves por la noche: los nativos sitiaron la estación policial, los desarmaron, los amarraron, los torturaron y uno a uno los fueron degollando.

No pude evitar pensar en el taxista de la mañana. La paradoja de un hombre desechable que sólo usamos cuando hay guerra, terrorismo o narcoterrorismo. Un GIJoe con chip de pitbul asesino que debe mutar a ciudadano psicológicamente estable cuando la "sociedad civil" así lo requiera. La paradoja de estos policías muertos, en cambio, es haberse puesto el chip de ciudadano civilizado para tratar con personas del tipo pitbul asesino. Y nosotros, los de la "sociedad civil", ¿por quién tendríamos que responder ahora?

Amigo soldado, amigo policía, si no alcanzas la gloria inmolándote por tu patria, te espera un mejor futuro como taxi driver (are you talking to me?), fácil hasta te hacen tu pela –si es que antes, claro, no te han metido preso por violar derechos humanos o matar a tu cuñado, así son las paradojas.
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