Hoy es el Día de la Madre y se supone que si soy buena hija debo escribir sobre todas las cualidades que tiene mi madre y que me hacen quererla.
Debería empezar por todo su sacrificio, por ejemplo, el darme la vida, todo lo que me cuidó de pequeña y esas noches sin dormir por atender mis llantos. O debería contar sobre la sabiduría de sus consejos o las no menos sabias reprimendas para ser una mejor persona, o citar esa frase que hasta ahora suena en mi cabeza y que nulamente sigo: "hay que ahorrar pan para mayo..."
No debería olvidar tampoco las veces que pintaba de azul el cabello de los personajes que dibujaba de tarea escolar, ni el "pollo al horno" que me hacía el día de mi cumpleaños, ni cuando de noche entraba a mi cuarto a recoger la colcha tirada y me arropaba de nuevo - así tuviera 23 años.
Pero hoy, de toda esa masa desordenanda y atemporal de recuerdos pre-kinder y post-teenager que brotan del corazón, nada más puedo escribir sobre la única imagen que hoy domina mi mente:
Mi madre y yo sentadas en la mesa del patio. Ella sostiene mi mano, mis deditos sostienen un lápiz y sobre un cuaderno ella me enseña a escribir.
- "Primero las vocales: la A que es una bolita con su colita, la E un chicle, la I tiene puntito, la O es la bolita y la U como lo quieras tú".
Y así lo hicimos 10 veces más y yo me sentía preparada y feliz.
- "Ahora vamos a escribir tu nombre. P-A-O-L-A..." me sorprende ella. "Esta es la P. Luego la A, una bolita con su colita, la O que es la bolita, la L una lombriz y de nuevo la A..."
- "¡Una bolita con su colita!", grito yo
Ella ríe. Yo también.
"P-A-O-L-A. Así me llamo, así se escribe mi nombre", pensaba yo y no le quitaba la vista a ese simple pedazo de papel.
Tiempo después entré al nido y ya con 4 años aprendí a escribir formalmente, o sea "de verdad" como dirían los estudiosos. Es más, el recuerdo de mi madre en el patio se me había perdido por completo hasta hace poco cuando en un taller de Comunicación & Asertividad, la facilitadora nos preguntó sobre el primer acto de comunicación del que tengamos memoria y ¡zas!, ahí estaba yo con mi madre de nuevo, escribiendo y viendo mi nombre escrito sobre papel ¡por primera vez!
Ese día ella no sólo me hizo dibujar las vocales. Ese día ella me hizo un gran regalo, me enseñó a escribir. Y no sólo eso, en un acto inconsciente pero lleno de un gran amor, mi madre me dio algo que jamás podrán quitarme: mi identidad.
Desde aquella mañana no he dejado de escribir mi nombre, Paola. Me gusta, soy yo, no más, no menos. Desde ese día tampoco he dejado de escribir, bolitas al inicio y ahora un blog. Es más, veo un futuro lleno de letras para mí y, sobretodo, me veo escribiéndolas. ¿Será por que fue ella la primera en enseñarme cómo hacerlo?
Hoy quería homenajear a mi mamá escribiendo muchas cosas sobre ella y tendría hasta para hacer una novela. Pero sirva este pequeño episodio -casi como un sueño rosado con olor a caramelo- de humilde homenaje a una mujer que, entre muchas otras cosas, también ha sido mi maestra. ¡Feliz Día má'!
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Debería empezar por todo su sacrificio, por ejemplo, el darme la vida, todo lo que me cuidó de pequeña y esas noches sin dormir por atender mis llantos. O debería contar sobre la sabiduría de sus consejos o las no menos sabias reprimendas para ser una mejor persona, o citar esa frase que hasta ahora suena en mi cabeza y que nulamente sigo: "hay que ahorrar pan para mayo..."
No debería olvidar tampoco las veces que pintaba de azul el cabello de los personajes que dibujaba de tarea escolar, ni el "pollo al horno" que me hacía el día de mi cumpleaños, ni cuando de noche entraba a mi cuarto a recoger la colcha tirada y me arropaba de nuevo - así tuviera 23 años.
Pero hoy, de toda esa masa desordenanda y atemporal de recuerdos pre-kinder y post-teenager que brotan del corazón, nada más puedo escribir sobre la única imagen que hoy domina mi mente:
Mi madre y yo sentadas en la mesa del patio. Ella sostiene mi mano, mis deditos sostienen un lápiz y sobre un cuaderno ella me enseña a escribir.
- "Primero las vocales: la A que es una bolita con su colita, la E un chicle, la I tiene puntito, la O es la bolita y la U como lo quieras tú".
Y así lo hicimos 10 veces más y yo me sentía preparada y feliz.
- "Ahora vamos a escribir tu nombre. P-A-O-L-A..." me sorprende ella. "Esta es la P. Luego la A, una bolita con su colita, la O que es la bolita, la L una lombriz y de nuevo la A..."
- "¡Una bolita con su colita!", grito yo
Ella ríe. Yo también.
"P-A-O-L-A. Así me llamo, así se escribe mi nombre", pensaba yo y no le quitaba la vista a ese simple pedazo de papel.
Tiempo después entré al nido y ya con 4 años aprendí a escribir formalmente, o sea "de verdad" como dirían los estudiosos. Es más, el recuerdo de mi madre en el patio se me había perdido por completo hasta hace poco cuando en un taller de Comunicación & Asertividad, la facilitadora nos preguntó sobre el primer acto de comunicación del que tengamos memoria y ¡zas!, ahí estaba yo con mi madre de nuevo, escribiendo y viendo mi nombre escrito sobre papel ¡por primera vez!
Ese día ella no sólo me hizo dibujar las vocales. Ese día ella me hizo un gran regalo, me enseñó a escribir. Y no sólo eso, en un acto inconsciente pero lleno de un gran amor, mi madre me dio algo que jamás podrán quitarme: mi identidad.
Desde aquella mañana no he dejado de escribir mi nombre, Paola. Me gusta, soy yo, no más, no menos. Desde ese día tampoco he dejado de escribir, bolitas al inicio y ahora un blog. Es más, veo un futuro lleno de letras para mí y, sobretodo, me veo escribiéndolas. ¿Será por que fue ella la primera en enseñarme cómo hacerlo?
Hoy quería homenajear a mi mamá escribiendo muchas cosas sobre ella y tendría hasta para hacer una novela. Pero sirva este pequeño episodio -casi como un sueño rosado con olor a caramelo- de humilde homenaje a una mujer que, entre muchas otras cosas, también ha sido mi maestra. ¡Feliz Día má'!